PRIMERA NOCHE EN ALBORÁN
Microrrelato publicado en el libro MICRO TERROR de abril de 2018
En el destacamento de
Alborán, la guarnición militar encargada de la seguridad de esta diminuta isla en
medio del mar mediterráneo (a 145 kilómetros de Málaga y unos 72 de Ceuta), y
de apenas 642 metros de largo y 265 de ancho, vivimos dentro del edificio del
faro.
Edificio que en su origen era la casa del farero, quienes aquí vivían algunos en total soledad y otros con su familia, desde su construcción a mediados del siglo XIX hasta nuestros días, hasta que finalmente fue automatizado y controlado desde la península.
Edificio que en su origen era la casa del farero, quienes aquí vivían algunos en total soledad y otros con su familia, desde su construcción a mediados del siglo XIX hasta nuestros días, hasta que finalmente fue automatizado y controlado desde la península.
Esta isla está protegida
sobre todo por la cantidad de especies endémicas que en ella habitan, dicen que
más de quinientas, ya sean marinas, vegetales o incluso insectos… pero
realmente lo que uno más ve, y siente, es la cantidad de colonias de gaviotas
que aquí viven (de hecho, el simple paseo de 500 metros hasta la otra punta de
la isla, es un ejercicio de temor ante la cantidad de gaviotas que parece que
te quieren atacar, sobre todo si están en época de cría).
La habitación en la que
yo vivo, como jefe del destacamento, está dividida en tres apartados: el
dormitorio, la oficina y un cuarto de baño.
Bueno, ayer fue la
primera noche que pasé aquí y a la hora de meterme en la cama me surgió lo que cuento
a continuación…
Durante todo el día, y
debido al sofocante calor, ya que estamos en medio de la mar y relativamente
cerca de África, tuve abierta las dos ventanas del dormitorio (aquí no tenemos
aire acondicionado), pero a la hora de ir a dormir y, sentado en la cama con
unas simples calzonas puestas como todo vestuario, mirando las dos ventanas
abiertas, una en una pared y la otra en la de al lado, y mientras disfrutaba de
la apacible brisa marina que entre su perpendicularidad corría, el agradable
sonido de las olas, y también de la preciosa vista nocturna del mar, luna y
estrellas, me entró en la cabeza una de mis ideas:
¿Y ahora qué? ¿Voy a
quedarme dormido con todo ésto abierto? No porque me vaya a asaltar nadie
(entre los centinelas que tengo apostados en el edificio y, sobre todo por el
radar, se debería poder detectar cualquier presencia a menos de una milla de la
isla)… sino porque ¿y si mientras estoy dormido se coloca con un vuelo sigiloso
en el alfeizar de una de las ventanas cualquiera de las hambrientas gaviotas
que residen aquí? ¿Y si mientras estoy dormido la gaviota empieza a estudiarme
con esos impresionantes ojos que tienen? ¿Y si, debido a su curiosidad, entra
en la habitación con sigilo y yo no me despierto? ¿Y si tras mirarme durante largo
rato, pensara, o quisiera pensar, que yo no soy más que otro pedazo de pez
muerto de las que de ellas se suelen alimentar? ¿Y si por éso, y tras
activársele su deseo de satisfacer su constante hambruna… me picoteara?
No sé, un solo picotazo,
con ese tremendo garfio que portan bajo los ojos, amarillo brillante y mortal
de necesidad, dirigido a lo que más le llamara la atención… ¿uno de mis ojos?
¿mi ombligo? ¿mi corazón?
Buf, me entraron siete
cosas y a continuación lo cerré todo, ventanas y contraventanas de madera. He
pasado un calor horrible. Me desperté varias veces empapado en sudor, pero eso
sí, tranquilo al comprobar que seguía sólo y seguro.
Afortunadamente, a partir de la siguiente noche ya se me quitó esa paranoia... y dormí con normalidad. Y con las ventanas abiertas.
Afortunadamente, a partir de la siguiente noche ya se me quitó esa paranoia... y dormí con normalidad. Y con las ventanas abiertas.
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