JOAQUÍN ALBACETE Y FUSTER, UN LÍDER TAN CERCANO COMO DESCONOCIDO


Artículo publicado en la Revista General de Marina de enero de 2019

Introducción
En la dilatada historia de nuestra nación han surgido infinidad de personas que, tanto por su comportamiento como por sus meritorias acciones, bien han podido llegar a ser considerados como héroes y verdaderos líderes. Lamentablemente, uno de los defectos que más se aprecian entre los españoles de hoy en día es que se estudia, se vanagloria y se admira a muchos individuos que, en la mayoría de las ocasiones, nunca tuvieron nada que ver con España, llegándose incluso, en casos extremos, hasta a desprestigiar las obras y figuras de otros personajes tan importantes, que sin su existencia la historia podría haber sido muy diferente.
De manera personal, opino que en la Armada a veces ocurre algo parecido, son contados los marinos ilustres a los que se les suele prestar la atención que merecen, a pesar de que la mayoría incluso están enterrados en el Panteón, ya que, con la actividad tan frenética que se ejecuta a diario en las unidades y escuelas, casi nunca queda tiempo para darlos a conocer a las nuevas generaciones. En esta reflexión también incluyo, por supuesto, a la Infantería de Marina, donde a pesar de que la Escuela de formación y perfeccionamiento de los infantes de marina lleva el nombre de uno de sus principales héroes, son pocos los que conocen la biografía de este glorioso antecesor: Don Joaquín Albacete y Fuster, el jefe del batallón que consiguió la única Cruz Laureada colectiva que posee el Cuerpo de Infantería de Marina[1].
Una vida entregada al servicio
Don Joaquín Albacete y Fuster (Barcelona, 1837 – Madrid, 1906) perteneció a la Armada durante 53 años, en una de las épocas más convulsas de la historia de España, tras haber ingresado en el Colegio Naval Militar a la temprana edad de quince años.
Combatió en los territorios españoles de Cuba, Filipinas, Norte de África, Santo Domingo, y también en la península durante la tercera guerra carlista.
Fue en esta guerra civil donde, en la famosa batalla de San Pedro Abanto[2], dentro de la Campaña de Somorrostro para levantar el sitio de Bilbao[3], el 27 de marzo de 1874, su batallón impresionó al resto del Ejército tras una feroz carga nocturna a la bayoneta, para conquistar una a una cada trinchera carlista. A pesar de la dura resistencia, este batallón de Infantería de Marina empezó a subir la escarpada cota hasta conquistar el Caserío de Murrieta, siendo tan difícil parar el ímpetu de la tropa que tras mandar “alto al avance”, los infantes de marina siguieron persiguiendo por la ladera a los enemigos en fuga.

En esta sangrienta batalla cayó más de un tercio de este batallón de Infantería de Marina, quedando completamente diezmado y registrando las crónicas que “de la primera compañía quedaron en pie sólo tres hombres”.
Al día siguiente, los restos de este heroico batallón desfiló ante toda su división del Ejército del Norte, que presentándole armas le hizo un mudo homenaje de admiración y respeto.
Esta acción sirvió para que este batallón fuera condecorado con la Cruz Laureada colectiva de la Orden de San Fernando, la máxima condecoración española en tiempos de guerra.
Tras esta operación, el enemigo fue completamente desbordado, lo que provocó que poco después en una tercera batalla en el valle de Somorrostro, los carlistas tuvieran que levantar definitivamente el sitio en el que mantenían a la ciudad de Bilbao[4].

El texto donde el Marqués de Molins permitió portar en la bandera del batallón la corbata de la Cruz Laureada colectiva es el siguiente:

“Enterado el Ministerio-Regencia del Reino del expediente de juicio contradictorio instruido en averiguación de si el segundo batallón del primer regimiento de Infantería de Marina es acreedor a ostentar en su bandera la corbata de la Orden de San Fernando, por el mérito que contrajo en la acción de San Pedro Abanto y toma del Caserío de Murrieta el 27 de marzo último contra las facciones carlistas de las provincias Vascongadas y Navarra; y resultando evidentemente probado que dicho batallón, cuando el enemigo en el expresado día sembraba la muerte entre las fuerzas que se proponían arribar a sus importantes y disputadas posiciones, se condujo con tal arrojo y bizarría, que sin abandonar la línea de combate llegó a Murrieta, dejando tendida sobre el campo más de la tercera parte de su fuerza, por cuyo alto merecimiento se halla comprendido en el artículo 32 de la Ley de 18 de mayo de 1862, ha tenido a bien resolver, de conformidad con lo informado acerca del particular por el Consejo Supremo de la Guerra en su acordada de 22 de diciembre próximo pasado, que la citada bandera tiene derecho a la corbata de referencia”.
En 1879, Don Joaquín Albacete y Fuster fue nombrado primer Coronel Director de la Academia General Central de Infantería de Marina que se instauró en un ala del Cuartel de Batallones de San Fernando (Cádiz), cuyo objetivo fue unificar la formación de todos los integrantes del Cuerpo.



En 1899 ascendió al empleo de Mariscal de Campo y fue nombrado Inspector General, cargo similar al del actual Comandante General de Infantería de Marina (COMGEIM), que ejerció durante sus últimos seis años de servicio.
Entre otras condecoraciones, obtuvo tres cruces del Mérito Naval con distintivo rojo y una del Mérito Militar, también con distintivo rojo, la gran cruz de San Hermenegildo, otras dos cruces al Mérito Naval con distintivo blanco y las medallas de las campañas de África, Bilbao y Cuba, siendo además dos veces declarado “Benemérito de la Patria”.
Falleció un año más tarde de pasar a la reserva, el 7 de julio de 1906, y sus restos actualmente están enterrados en el Panteón de Marinos Ilustres.

Desde el año 2003, lleva su nombre la Escuela de Infantería de Marina “General Albacete y Fuster” (EIMGAF) de Cartagena.


Un líder carismático

El General Albacete fue reconocido por todos sus contemporáneos como un gran líder, cuyas principales cualidades se resumen a continuación:

1. Siempre estaba dispuesto a asumir responsabilidades, aunque no se las pidieran. Así fue como, en la noche del 26 de marzo, y después de que durante tres días seguidos las fuerzas del General Serrano no hubiesen conseguido traspasar las líneas carlistas a través del valle de Somorrostro, el teniente coronel Albacete se presentó ante él y le dijo: “Excelencia, me permito presentarle mi decidido compromiso para entrar con mi batallón en San Pedro Abanto”. A lo que el General le contestó: “Buena suerte, la causa está en sus manos” y lo puso a la vanguardia de todo el Ejército.
2. Constantemente daba ejemplo a sus hombres, sobre todo durante el combate. De hecho, en su batalla más conocida, la mencionada de San Pedro Abanto, a la hora del asalto final, y siendo el teniente coronel jefe del batallón, se situó junto a sus soldados en primera línea, con el sable en una mano y la pistola en la otra, y gritó su conocida frase: “¡Señores capitanes, a la cabeza de sus compañías!”[5].

3. Demostraba mucha motivación ante todo lo que emprendía, consiguiendo además trasmitírsela a sus subordinados. Desde muy pequeño demostró tener muy claros sus ideales de servicio a España. No en vano su madre, viuda de un teniente de navío muerto en Cuba, y ante la insistencia de su hijo por querer integrarse cuanto antes a la defensa de la nación, consiguió que la Reina Isabel II le otorgara el empleo de subteniente, aunque sin sueldo ni antigüedad, a la edad de trece años. Esa motivación le hizo llegar hasta lo más alto de su profesión, Comandante General, y anteponer siempre su vocación ante cualquier otro condicionante.
4. Acumuló un enorme prestigio ante sus superiores, de tal manera que, a la hora de designar a un oficial para ponerlo al mando de la nueva Academia General Central de Infantería de Marina, el Inspector General Montero y Subiela no tuvo dudas a la hora de pensar en Albacete y Fuster, llegando a relevarle del mando de su nueva unidad, que en ese momento estaba de operaciones en Cuba. Esta Academia supuso todo un hito en la época, pues era la primera vez que la formación de los infantes de marina se iba a realizar con independencia de la Armada, y en un único centro donde poder instruir de manera conjunta a todos. Prestigio que además no perdió nunca pues, más de 120 años más tarde, fue su nombre el que se decidió que ostentara la nueva Escuela del Cuerpo, heredera de aquella Academia General Central.

5. Era una persona auténtica, con una gran personalidad, mucho carisma, un carácter enérgico y unas importantes dotes de comunicación, lo cual le hacía ser muy admirado por subordinados y muy valorado por compañeros y superiores.

A modo de conclusión.

- El General Albacete y Fuster, miembro de la Armada y de la Infantería de Marina, es bastante desconocido entre las actuales filas de la Institución, a pesar de haber sido el único que consiguió una Laureada colectiva para el Cuerpo y el primer Director de la Academia General Central, que unificó los estudios de todos los infantes de marina.
- Fue un líder excepcional, necesario para mantener la moral de su tropa e imprimirles valor en las circunstancias tan difíciles que les tocó vivir, tal y como muestra el cumplimiento, por parte de su persona, de las principales cualidades de un buen líder: responsabilidad, ejemplo, motivación, prestigio y personalidad.


[1] Éste era el segundo batallón del primer regimiento de San Fernando. Su heredero es el Tercio Sur, quien a día de hoy sigue portando con orgullo la corbata de esta Orden en su bandera.

[2] El interés en esa población de San Pedro Abanto era porque se encontraba en medio de las trincheras enemigas, con lo que tomándola, se partiría en dos la línea defensiva carlista.

[3] Ciudad que llevaba padeciendo el asedio carlista desde hacía dos meses y que el Gobierno decidió levantar ante las noticias del racionamiento de víveres que estaba sufriendo la angustiada población.

[4] Esta última batalla tuvo lugar el 28 de abril y se produjo en el conocido como el “Paso de las Muñecas”, que es un collado de 410 m de altitud que marca el límite entre Cantabria y el País Vasco. Ese día, el tercer Cuerpo de Ejército del general Concha asaltó las trincheras carlistas de los batallones mandados por Cástor de Andéchaga. En dicha unidad gubernamental había también encuadrados infantes de marina: el primer batallón del tercer regimiento de Cartagena, al mando del teniente coronel Manrique de Lara, el cual conquistó las posiciones enemigas del ala izquierda. El combate duró más de doce horas y fue tan encarnizada la lucha que hubo trincheras que se tomaron y se perdieron hasta tres veces.

[5] Ésta era una muestra de liderazgo muy habitual en el Ejército español en aquella época. De hecho, otro héroe de la Infantería de Marina española, el teniente coronel Díaz de Herrera, jefe del primer batallón del mismo regimiento que Albacete, murió heroicamente al frente de sus hombres en la que sería la última batalla de esta guerra: el asalto a la población de Cantavieja, principal bastión de los carlistas.

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