EL GRANADERO MARTÍN ÁLVAREZ
Artículo publicado en el cómic EL CAMINO DE UN HÉROE de marzo de 2020
Sin duda, uno de los infantes
de marina más reconocidos y famosos en la historia de la Armada es el granadero
de Marina Martín Álvarez Galán. Este soldado pertenecía a la élite del Cuerpo,
a una de las llamadas “compañías de granaderos”, las cuales fueron creadas en
España por la Real Orden del 12 de abril del año 1685. Estas compañías se
formaban seleccionando de cada compañía del batallón de Marina a un cabo y a
los mejores once soldados, y sus mandos eran dos sargentos, un teniente y un
capitán, normalmente los más antiguos de todo el batallón.
Los granaderos se
distinguían por llevar un gorro alto forrado de piel de oso que sustituía a los
sombreros de dos picos del resto de la tropa, porque esta singular prenda no
les impedía lanzar granadas con el brazo. Iban armados con sable, mosquete y
bayoneta y además llevaban una bolsa de cuero donde portar las granadas de mano
y un mechero de latón con mecha.
Estas compañías de granaderos eran consideradas
las “manos de sus generales” y eran empeñadas en la batalla en los lugares de
mayor riesgo. Cuando
un batallón marchaba hacia el combate, su compañía de granaderos iba en vanguardia
con las armas terciadas abriendo el paso, mientras las demás compañías de
fusileros marchaban detrás con ellas al hombro.
Ellos
fueron los primeros en ostentar en sus bocamangas las conocidas sardinetas,
características del Cuerpo de Infantería de Marina, después de que se
reglamentaran en un documento fechado el 27 de septiembre de 1734. Este
distintivo, en su origen, fueron unos trocitos de galón áspero que bordados en
las mangas de las casacas, servían de rascador para encender las cerillas con
las que prender las mechas de las granadas de mano.
Con
respecto a Martín Álvarez, según la investigación que realizó el abogado don
Ramón Viu en 1848, y que se refleja en el libro “Martín Álvarez. Recuerdos de la Marina Española” del escritor José
de Arnao (Imprenta de Manuel Minuesa, editorial el Camarote, 1853), se
determina que nació en el año 1766 en la localidad extremeña de Montemolín, en
Badajoz, en el seno de una familia humilde. Cuando él tenía poco más de veinte
años, su enamorada, una chica llamada María Gil, se casó con otro hombre.
Situación trágica que se agravó cuando en el trascurso de pocos meses, quedó
huérfano de padre y madre. Desesperado, decidió alistarse en el Cuerpo de
Batallones de Marina, siendo encuadrado en la tercera compañía del noveno
batallón, con base en Cádiz. Sentó plaza el día 26 de abril de 1790.
A los
dos años de servicio, fue seleccionado para granadero, embarcando en el navío Gallardo como miembro de la guarnición
del Cuerpo. Su primera acción de importancia fue la de la conquista de la isla
de San Antioco, en Cerdeña. Tras varios destinos en distintos buques de la
Armada, como fueron el San Carlos, el
Santa Ana y el Príncipe de Asturias, a principios del año 1797, embarcó en el
navío San Nicolás de Bari, donde
pronto se cubriría de gloria.
Exactamente sería el 14 de febrero de 1797,
dentro de la denominada como Guerra anglo-española. Ese fatídico día se produjo
la batalla naval del cabo de San Vicente, cuando los veintidós navíos ingleses
del almirante Jervis, interceptaron a la flota de treinta y ocho españoles del
teniente general José de Córdova que, tras haber escoltado a más de cuarenta
mercantes desde Málaga a Cádiz, habían salido a perseguir a cuatro barcos ingleses
que habían descubierto navegando en dirección oeste. La fatalidad quiso que, en
esa persecución, quedaran expuestos al sur de Portugal ante esa escuadra
británica que bajaba velozmente desde Lisboa con un formidable viento de popa.
El almirante británico, aprovechando la
sorpresa, formó a sus buques en dos líneas de ataque, cortando por la mitad la formación
española. Una táctica arriesgada, pero el desorden que vio Jervis en la
formación española debió convencerle de que podía tener éxito. A continuación,
utilizaron la técnica de atacar entre varios a los buques más grandes,
encontrándose los españoles completamente sobrepasados.
El
resultado de la batalla, que duró algo más de seis horas, fue de 427 muertos y
756 heridos por parte española, y de 73 muertos y 227 heridos por parte
británica. Además, fueron capturados cuatro buques españoles, lo cual provocó
que los ingleses pudieran bombardear sin oposición Cádiz y que lo intentaran en
Tenerife.
De entre todos los héroes de esta jornada,
destacó nuestro protagonista el granadero Martín Álvarez Galán, a bordo del
navío San Nicolás de Bari, el cual
sable en mano, luchó defendiendo la bandera nacional en la toldilla, después de
que se lo ordenara su moribundo comandante Tomás Geraldino, ante el numeroso
enemigo inglés que quería apropiarse de ella y a quien también le dijo: «Granadero, di a tus compañeros que ninguno
se rinda hasta después de muerto».
Se
cuenta que incluso al sargento mayor británico William Morris lo dejó ensartado
con su sable en un mamparo. Peleó durante más de una hora sin rendirse, hasta
caer acribillado a balazos y con una herida grave en la cabeza. Los ingleses,
asombrados ante su bravura, se dispusieron a arrojarlo al mar envuelto en la
bandera que tan valientemente había defendido, pero fue el propio comodoro
Horatio Nelson, comandante del Captain,
quien se percató que aún respiraba, dando la orden de que abortaran la maniobra
y que lo curasen, siendo luego puesto en libertad en el hospital militar de la
localidad portuguesa de Lago. Tras ser dado de alta, el 16 de marzo volvió a su
pueblo, Montemolín, para terminar de recuperarse de sus heridas, volviendo al
servicio en La Isla de León el 28 de marzo de ese mismo año.
Una
vez reincorporado en su unidad, tuvo que someterse al consejo de guerra que se
instruyó tras esa derrota, declarando ante el Fiscal General Manuel Núñez
Gaona. Al ser interrogado acerca la conducta del comandante del San Nicolás de Bari, ésto fue lo que las
crónicas registraron:
-
Fiscal General: ¿Se encontraba en el navío
San Nicolás de Bari con ocasión de rendirse este barco a los ingleses?
- Martín
Álvarez: Yo no he estado nunca en el San
Nicolás de Bari en ocasión de rendirse a los ingleses.
- F.G.:
¿No te encontrabas en el San Nicolás de
Bari el 14 de febrero?
-
M.A.: Sí, señor.
-
F.G.: ¿Y no fuiste después a poder de los ingleses?
-
M.A.: Sí, señor.
-
F.G.: Entonces, ¿por qué niegas haber estado en el San Nicolás de Bari con ocasión de rendirse a los ingleses?
- M.A.:
Porque el San Nicolás de Bari no se
rindió, sino que fue abordado y tomado a sangre y fuego.
-
F.G.: ¿Y a qué llamáis entonces rendirse?
-
M.A.: Yo creo, que no habiendo ningún español cuando se arrió su bandera, mal
pudieron haber capitulado.
-
F.G.: ¿Pues donde estaba la tripulación?
-
M.A.: Toda se hallaba muerta o malherida.
- F.G.:
¿Oísteis alguna voz que indicara querer entregar el Navío?
- M.A.:
¡Las únicas palabras que oí pronunciar fueron injurias contra los ingleses!
Finalmente,
cuando finalizó la instrucción, el Fiscal General escribió:
«No
puedo pasar en silencio la gallardía del granadero de Marina Martín Álvarez,
perteneciente a la tercera compañía del noveno batallón, pues hallándose en la
toldilla del navío San Nicolás de Bari
cuando fue abordado, atravesó con tal ímpetu al primer oficial inglés que entró
por aquel sitio, que al salirle la punta del sable por la espalda le clavó tan
fuertemente contra el mamparo de un camarote, que no pudiendo librarlo con
prontitud, y por desasir su sable, que no quería abandonar, dio tiempo a que
cayera sobre él un grueso de enemigos con espada en mano y a que lo hirieran en
la cabeza, en cuya situación se arrojó al alcázar librándose, con un veloz
salto, de sus perseguidores.»
Por su
heroico comportamiento se le premió con el ascenso a cabo segundo, aunque antes
tuvo que aprender a leer y escribir, pues estaba prohibido que los cabos fueran
analfabetos. De esta manera, no fue ascendido hasta el 17 de febrero de 1798,
estando ya destinado en el navío Purísima
Concepción. Pocos meses más tarde, por orden del rey Carlos IV, fue promovido
también al empleo de cabo primero, se le concedió una pensión vitalicia de
cuatro escudos mensuales y se le otorgó un escudo de distinción para llevarlo
bordado en el antebrazo izquierdo, el cual se le impuso en un acto militar al
frente de toda la dotación de su buque.
Desgraciadamente
el 23 de febrero de 1801, este valiente infante de marina falleció tras sufrir una
grave caída en su barco, mientras estaba atracado en el puerto francés de Brest.
Tenía 35 años de edad.
En su
honor, el 12 de diciembre de 1848 se publicó una Real Orden que decretaba que
perpetuamente hubiera en la Armada un buque, del porte de diez cañones para
abajo, que llevase el nombre del heroico granadero Martín Álvarez, siendo la
fragata Dolorcitas la primera en
adoptarlo. Posteriormente a esta fragata, serían cuatro buques más los que
ostentarían su nombre: un falucho guardacostas de 1ª clase, un cañonero de
hélice de 207 Tm, un cañonero de hélice de 173 Tm y el buque de desembarco Wexford County, tras ser adquirido a la
US-NAVY en 1971. Lamentablemente, después de que éste último fuera dado de baja
en el año 1995, ningún otro barco de la Armada ha vuelto a llamarse así.
Por
otra Real Orden posterior, firmada el 4 de julio de 1878, se determinó que
Martín Álvarez permaneciera
para siempre en la nómina de la 1ª Compañía del 1er Batallón del Cuerpo de
Infantería de Marina. Disposición que se mantiene hasta hoy en día, haciéndose
incluso un acto todos los años para honrar su figura y en el que, al pasar
lista y nombrarlo, todos sus compañeros gritan “¡presente!”.
La
última unidad que llevó su nombre fue la sección de Infantería de Marina que,
desde el mes de mayo de 1988 al mes de diciembre de 2013, permaneció como
guarnición embarcada en el portaaviones Príncipe
de Asturias.
Martín
Álvarez Galán, todo un referente de valor y heroicidad, que magníficamente
quedó plasmado en el cuadro de Augusto Ferrer-Dalmau “Mi Bandera”; un ejemplo a
seguir por los Infantes de Marina y por todos los miembros de las Fuerzas
Armadas españolas.
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