LA BATALLA DE LEPANTO

 

Artículo publicado en la revista HISTORIA DE LA GUERRA núm. 26 de octubre de 2021


Este 7 de octubre se han cumplido 450 años de “la más alta ocasión que vieron los siglos”, como dijo nuestro insigne Miguel de Cervantes, participante en aquella batalla

Tras el éxito en el socorro de la isla de Malta, el rey Felipe II apreció la necesidad de contar con unas unidades conjuntas, terrestres y navales, dispuestas para operar allá donde hiciera falta, con la máxima rapidez posible, en cualquier punto de su enorme Imperio. Por este motivo, su Secretaría de Guerra decidió vincular permanentemente a la Real Armada algunos Tercios de Infantería española, con el nombre genérico de Infantería de Armada.

Estos principales Tercios de Armada fueron el Tercio Nuevo de la Mar de Nápoles del maestre Pedro Padilla y el Tercio de la Armada del Mar Océano de Lope de Figueroa, creados el día 27 de febrero de 1566 en Cartagena. Tercios que, a lo largo de su existencia, fueron modificando sus nombres a medida que iban cosechando éxitos en sus campañas, como era habitual en la época. Como al Tercio de Pedro Padilla se le integraron las Compañías Viejas del Mar de Nápoles, creadas por Carlos I en el año 1537 para la defensa de sus galeras, adquirió la antigüedad de éstas, la cual sería trasmitida hasta nuestros días a su actual heredera: la Infantería de Marina española, ratificada como la más antigua del mundo por el Real Decreto 1.888/1978.

Estos dos Tercios de Armada, junto con otras unidades del Ejército embarcados para la ocasión, participaron en la importante batalla de Lepanto. La que sería su prueba de fuego.

Esta famosa batalla se fraguó después de que, tras la temible expansión del Imperio Otomano por el Mediterráneo oriental y los Balcanes, el papa Pio V ordenase la constitución de una Liga Santa, formada por la Monarquía Hispánica, los Estados Pontificios, la república de Venecia, la Orden de Malta, la república de Génova y el ducado de Saboya. 

Esta coalición se proclamó el día 25 de mayo de 1571, y en su documento de capitulaciones quedaron plasmadas como condiciones que sus enemigos no serían tan sólo los turcos, sino también los piratas y berberiscos de Argel, Túnez y Trípoli; que sus gastos quedaban divididos en seis partes, tres pagadas por la monarquía hispánica; y que ninguna de las naciones componente podría negociar la paz con el enemigo por separado.

El mando supremo de esta alianza sería don Juan de Austria, hermanastro de Felipe II, aunque cada escuadra participante tendría su propio Capitán General. 

Su formación comenzó rápidamente, zarpando de Barcelona el día 20 de julio las galeras de Álvaro de Bazán y de Gil de Andrade, con los tercios de Lope de Figueroa y Miguel de Moncada. Seis días más tarde llegaron a Génova, donde se embarcaron otros dos tercios, el de Nápoles de Pedro Padilla y el de Sicilia de Enríquez de Castañeda. 

El 5 de septiembre se completó en Mesina su alistamiento, tras incorporarse a la Armada conjunta el resto de las flotas. Durante aquellas jornadas de preparación, don Juan de Austria tomó varias decisiones que se demostrarían fundamentales: prometerles la libertad a los galeotes cristianos condenados en sus naves si conseguían la victoria, instalar más cañones en sus galeras, cortar los espolones de proa para despejar el campo de tiro de la artillería, y reforzar las guarniciones de los buques aliados con cientos de soldados españoles. 

En esta flota cristiana, que llevaba como insignia un estandarte azul con un Jesucristo en la cruz otorgado por el Papa, en general sus galeras estaban mejor preparadas que las turcas, gracias a la evolución en la construcción naval y en el desarrollo del armamento portátil, los famosos arcabuces, muy superiores a las ballestas de los otomanos. Un importante avance tecnológico que le daría bastante ventaja a los cristianos. 

La Armada de la Liga Santa quedó conformada por 292 buques y 92.400 hombres, cuyos soldados estaban encuadrados de la siguiente manera: 14 compañías del Tercio de Lope de Figueroa repartidas entre las ocho galeras de Gil de Andrade y seis de Álvaro de Bazán, 12 compañías del Tercio de Pedro Padilla embarcadas en galeras de Álvaro de Bazán, 10 compañías del Tercio de Enríquez de Castañeda en las galeras de Cardona, 7 compañías del Tercio de Miguel de Moncada en cinco galeras de Álvaro de Bazán y dos en las de Andrea Doria; más las Coronelías del conde Alberico de Lodrón y Ascanio de la Corna, embarcados en las galeras venecianas y naos de servicio. 

Sus mandos principales, aparte de don Juan de Austria, fueron Álvaro de Bazán, Alejandro Farnesio, Marco Antonio Colonna, Marco Quirini, Juan de Cardona, Agostino Barbarigo y Andrea Doria. 

La flota turca era superior, de 377 buques y más de 120.000 hombres. Sus jefes eran los almirantes Alí Pashá, Mahomed Siroco, Uluch Alí y el albanés Murat Dragut.

Finalizado el encuadramiento, los cristianos salieron a buscar a la flota enemiga. Ésta sería avistada por los exploradores el 28 de septiembre en el puerto de Lepanto, en el golfo de Patrás de la actual Grecia, con lo que don Juan de Austria convocó en un consejo de guerra a todos los mandos de la Liga para organizar la batalla. En esta reunión llegó un momento en el que este generalísimo llegó a exclamar: «¡Ya no es momento de discutir, sino de combatir!». La decisión estaba tomada. 

A las siete de la mañana del 7 de octubre de 1571 la flota cristiana divisó a la formación turca desplegada en la entrada del golfo, veinte millas antes de lo que se esperaba, ya que la lógica hacía pensar que se hubieran quedado al resguardo de las fortalezas de aquellas costas. Pero el almirante Alí Pashá cumplió escrupulosamente la orden del sultán Selim II: «buscar y destruir la escuadra cristiana en cuanto sea hallada». Se encontraban esperando en la formación de “media luna”. Siroco en el flanco derecho con 55 naves, Alí Pashá en el centro con 95, Uluch Alí a la izquierda con 93, más la pequeña reserva de Dragut con 30. 


Y hacia ellos se dirigieron los cristianos, ordenándosele a Agostino Barbarigo, que navegaba en el flanco izquierdo de la Liga Santa con sus 54 naves, que se acercara a la costa para evitar que las naves otomanas pudieran hacerles un ataque de flanco; colocándose en línea con él las otras 64 del centro mandadas por don Juan de Austria y las 55 del cuerpo derecho de Andrea Doria. Además, las 8 galeras exploradoras de Cardona, que había sido la vanguardia de la formación durante la aproximación, se colocaron entre el cuerpo central y las últimas del ala derecha. Por último, en la retaguardia se posicionaron las 31 galeras de socorro de Álvaro de Bazán, que actuaba como reserva. 

Toda esta flota de la Liga Santa intentó adoptar la habitual formación del “águila”, en forma de cruz latina, aunque no la consiguieron completar del todo por la parte sur ante la cercanía del enemigo. De hecho, de las seis galeazas venecianas que se llevaban remolcadas, auténticas baterías flotantes de sesenta cañones para ser colocadas al frente para romper la formación enemiga, sólo consiguieron posicionarse las dos del ala izquierda y las dos del centro, quedándose las dos del ala derecha completamente rezagadas.

Nada más ver al enemigo, el cuerno derecho de Siroco no dudó en comenzar la aproximación aprovechando que tenían el viento de popa, por lo que las primeras galeazas y galeras cristianas abrieron contra ellas nutrido fuego de artillería y arcabuces. Ésto hizo frenar a las primeras naves turcas, haciéndolas chocar entre ellas y paralizando esa maniobra de flaqueo. La iniciativa de Quirini, saliendo de la formación cristiana para rodear al enemigo y el envío desde la reserva de la escuadra de Pedro Padilla para reforzar el combate, decantó completamente esta acción para el lado cristiano. Aun así, los dos jefes de escuadra morirían en el encuentro. El veneciano Barbarigo de un flechazo en el ojo y Siroco ensartado por una pica. Ante la confusión, varias galeras turcas decidieron varar, huyendo sus tripulaciones por tierra.

A la vez por el centro, Alí Pashá había ordenado cargar francamente contra el centro cristiano. Allí su propia nave capitana, la Sultana, embistió a la galera Real de don Juan de Austria, comenzando un duro combate cuerpo a cuerpo entre sus tripulaciones y todas las de las demás galeras que se les fueron abarloando. Gracias a como estaban unidas todas esas galeras, que crearon una gigantesca plataforma de madera sobre la mar, los infantes de los Tercios de Lope de Figueroa y de Moncada asaltaron la Sultana abriéndose paso hasta su palo mayor. Al mismo tiempo, las galeras papales de Marco Antonio Colonna enfilaron hacia la reserva de Dragut con la intención de bloquearla y que ésta no pudiera ayudar al centro otomano. También las naves de reserva de Álvaro de Bazán se pegaron a la capitana enemiga, abordándola rápidamente. El primero que saltó a la galera enemiga fue el sargento de Infantería de Armada Martín Muñoz quien, tras ser alcanzado por varias flechas, herido de muerte les gritó a sus soldados: «¡ahora que cada uno haga otro tanto!».

Mientras, Uluch Alí, que mandaba el cuerno izquierdo turco, se lanzó a todo remo en dirección sureste con la intención de rodear la flota enemiga, como había intentado Siroco por el otro sector. Andrea Doria, viendo esa maniobra, mandó a los suyos navegar en dirección sur para evitar ese flanqueo. Pero Uluch Alí, cuando apreció el enorme hueco que había quedado en la formación de la Liga Santa, volvió a cambiar drásticamente el rumbo, y cargó francamente contra el lado derecho del centro cristiano, produciendo graves daños a todas las galeras con las que se enfrentó. Sin embargo, el almirante turco no contó con las dos galeazas que se habían quedado rezagadas y que, al ver esa formación enemiga que se les acercaba, abrieron fuego con todos sus cañones a la vez, consiguiendo frenarla automáticamente. A continuación, rápidamente Juan de Cardona y Álvaro de Bazán acudieron con sus respectivas escuadras, terminando de derrotar a esa escuadra turca. A pesar de todo, Uluch Alí conseguiría escaparse con al menos quince galeras. 

Tras hora y media de lucha, el momento de la victoria se produjo cuando Alí Pashá fue alcanzado por siete disparos de arcabuz y un galeote cristiano le cortó la cabeza y la ensartó en una pica. Esta horrible visión hizo que los turcos se desmoralizaran completamente, comenzando todos a flaquear y terminar por soltar las armas. Esa cabeza luego fue ofrecida como trofeo al propio don Juan de Austria, quien la rechazó con un gesto de asco y la tiró al mar. En ese instante se produjo también la captura de la insignia otomana por el capitán Andrés Becerra, que se la entregaría a Felipe II. Esta insignia la había entregado personalmente el propio sultán Selim II para guiar a su flota; era conocida como la “bandera de los Califas” y consistía en un enorme paño de seda verde adornado con versículos del Corán en oro y el nombre de Alá repetido veintiocho mil veces. 

Finalmente, a las cinco de la tarde, y con la victoria ya decantada para los cristianos, don Juan de Austria ordenó reunir a su flota y que se comenzara con el auxilio a los náufragos y a los buques desarbolados.

En esta batalla fueron hundidas o quemadas quince naves cristianas y más de sesenta turcas. Con respecto a las bajas, murieron 7.600 hombres de la Liga Santa y más de 30.000 turcos, a los que también se les hicieron 7.000 prisioneros. Además, los vencedores apresaron ciento treinta galeras turcas, que se llevaron remolcadas hasta el puerto de Mesina con sus estandartes en el agua, liberándose a los más de 12.000 galeotes cristianos que bogaban cautivos en ellas. 

En conmemoración de esta victoria se instituyó en España la festividad de la Virgen del Rosario, que era la imagen que llevaba don Juan de Austria en la Real, por considerarse que fue ella quien los guió hacia el triunfo, tras habérsele encomendado justo antes del combate. Esa misma imagen hoy se puede visitar en el Museo Naval de San Fernando (Cádiz), tras haber sido durante años custodiada en el hospital de la Caridad del Puerto de Santa María. Otra imagen igual la llevaba Álvaro de Bazán en La Loba, la cual también se conserva en la Iglesia de Santo Domingo de Granada.


En esta batalla, aparte de la conocida participación de Miguel de Cervantes, integrado en la compañía del capitán Diego de Urbina del Tercio de Miguel de Moncada, también hay que resaltar otra curiosa anécdota, contada por el soldado Marco Antonio Arroyo en su libro “Relación del progreso de la Armada de la Santa Liga”, publicado en Milán en 1575, en el que relata la existencia de una mujer arcabucera en el Tercio de Lope de Figueroa, a pesar de la prohibición expresa de don Juan de Austria de «embarcar mujeres», lo cual era bastante habitual en la época. En su libro, el soldado Arroyo decía:

   «Pero mujer hubo, que fue María, llamada “la bailaora” quien, desnudándose del hábito y natural temor femenino, peleó con un arcabuz con tanto esfuerzo y destreza, que a muchos turcos costó la vida, y venida a afrontarse con uno de ellos, lo mató a cuchilladas. Por lo cual, ultra que don Juan le hizo particularmente merced, le concedió que de allí en adelante tuviese plaza entre los soldados, como la tuvo en el Tercio de don Lope de Figueroa». 

Efectivamente esta mujer, que según contaron posiblemente fue una gitana de Granada que se embarcó en la galera Real disfrazada de soldado, destacó tanto por su excelente puntería con el arcabuz, como por haber dado muerte a un jenízaro de un certero estoque en medio de los ojos. Al parecer estuvo combatiendo durante horas «con extremo valor a pesar de su menguada talla», hasta que fue descubierta por el propio don Juan de Austria cuando de una cuchillada enemiga, su ropa se rompió y dejó ver sus senos. Tras la batalla fue licenciada, aunque por su valor se le mantuvo la paga de arcabucero de por vida y la autorización de seguir vinculada al Tercio de Lope de Figueroa. 

Pero a pesar de esta victoria en Lepanto, la Liga Santa falló al explotar el éxito, al no aprovechar para recuperar ninguno de los territorios perdidos. De hecho, aunque esta batalla se ha considerado como el momento histórico que provocó el estancamiento del avance turco por Europa, no significó para nada la total desaparición de este poderoso Imperio, ya que los otomanos fueron rápidos en reconstruir su Armada, ahora al mando de Uluch Alí, quienes apenas seis meses después ya tenían más de cuatrocientos nuevos barcos. Con esta nueva flota, el Imperio Otomano fue capaz de volver a asegurar su supremacía militar y comercial en el mediterráneo oriental. Éso unido a que la muerte del papa Pío V, en mayo de 1572, provocó la definitiva desintegración de la Liga Santa, llegando incluso la república de Venecia a hacer las paces con los turcos, y aceptar cederles la isla Chipre y pagarles una indemnización de 300.000 ducados. 

De todas formas, aunque posiblemente Lepanto no fuera más que una victoria moral y religiosa, una derrota del islam ante el cristianismo con poco resultado estratégico, sólo por suponer el freno de su expansión por occidente, resultó ser de una indudable importancia.


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