ACCIONES DE LOS INFANTES DE MARINA ESPAÑOLES EN ARGENTINA

 Artículo publicado en la revista argentina DESEMBARCO del mes de diciembre de 2021 


Desde mediados del siglo XVI, los territorios españoles en ultramar fueron organizados en Virreinatos, unas instituciones políticas y administrativas, divididas en provincias, con las que el Imperio español ejercía su gobierno de una manera más autónoma, y cuyos habitantes tenían los mismos derechos que los de cualquier otra provincia de la España peninsular. Éstos eran el de Nueva España, el del Perú, el de Nueva Granada y el del Río de la Plata, con capital en la ciudad de Buenos Aires y que abarcaba los actuales países de Chile, Bolivia, Uruguay, Paraguay y Argentina. 

En el siglo XVIII, los batallones de Infantería de Marina destacados en el continente americano se distribuían en guarniciones a bordo de distintos buques de la Real Armada, para participar en las campañas militares que se determinaran. 

En esos años eran un total de 76 navíos de línea, 50 fragatas y unas 200 unidades menores. Estos buques, al igual que los batallones del Cuerpo, tenían su base principal en cualquiera de los Departamentos Marítimos de Cádiz, Ferrol o Cartagena, destacándose a alguno de los Apostaderos de los espacios marítimos del Ultramar hispánico, constituidos cada uno por una base naval y sus correspondientes áreas costeras de vigilancia y responsabilidad, en las que reprimir el contrabando y combatir los asaltos y los asentamientos de fuerzas extranjeras. En aquella época, los más importantes eran principalmente diez, distribuidos estratégicamente por toda la geografía americana: El Callao, Valparaíso, Acapulco, San Blas de California, Puerto Cabello, Cartagena de Indias, Veracruz, La Habana, Montevideo y Buenos Aires. 

De este último sería desde donde, a principios del mes de junio de 1770, se organizaría una expedición para expulsar al centenar de ingleses que se habían establecido en la pequeña isla Trinidad, al norte de las islas Malvinas. A su mando se encontraba el comandante de la Real Armada Juan Ignacio de Madariaga, y estaba formada por seis buques (San Rafael, Santa Bárbara, Santa Catalina, Santa Rosa, Industria y Andaluz), 1.200 infantes de marina y 300 granaderos del regimiento Mallorca (heredero del Tercio Nuevo de la Armada del Mar Océano). Esta acción se produjo después de que el Gobernador de Buenos Aires, Francisco Bucarelli, recibiera la orden del propio Carlos III de evitar el establecimiento de cualquier colonia inglesa en los territorios del Virreinato, aunque para ello hubiera que utilizar la fuerza, ya que después de los Tratados de Utrech, la soberanía de las Malvinas correspondía a España, a pesar de que los ingleses las reclamaban por derecho de descubrimiento. Según ellos, las Malvinas fueron descubiertas en 1592 por los ingleses John Davis y Richard Hawkins; pero para los españoles, éstas lo fueron por Gonzalo de Alvarado en 1540, o incluso por Esteban Gómez veinte años antes. Aunque la realidad fue que el primero que las ocupó físicamente fue el francés Bougainville en 1764 en nombre de Luis XV, quien se las vendió a España por 618.108 libras. 

El combate, conocido como el “de Puerto Egmont”, se produjo el día 10 de junio y finalizó rápidamente y con un solo herido, después de que, tras comenzar los españoles a bombardear al fuerte y al único buque inglés que se encontraba allí fondeado, el HMS Favorite, el capitán inglés Anthony Hunt solicitara la rendición. Después de la ocupación pacífica y la expulsión de los ingleses utilizando su propio buque, los españoles renombraron el destacamento como Puerto de la Cruzada, dejando allí una guarnición. Pero sólo seis meses después, la diplomacia obligó a que se le permitiera volver de nuevo a los ingleses al archipiélago, conviviendo así durante años poblaciones de los dos países. 

La otra operación de importancia en aquel Virreinato se produciría el 25 de junio de 1806, durante la guerra anglo-española, cuando más de 1.600 británicos, al mando del general William Carr Beresford, desembarcaron en la costa de la actual Quilmes, tomando sin apenas resistencia la ciudad de Buenos Aires apenas dos días más tarde. Ésto dejó al descubierto a la Corona española por hacerse evidente la relajación que, durante años, había experimentado en la defensa militar de sus territorios. 

Al día siguiente, en el periódico TIMES se celebró con júbilo esta victoria en primera plana:

 «Buenos Aires en este momento forma parte del Imperio Británico». 

También fue llamativo el enorme botín que capturaron los ingleses, nada menos que un millón trescientos mil pesos de plata, de los que se enviaron sólo un millón a Inglaterra, para repartir el resto entre los oficiales y los soldados invasores.  

Tras más de un mes de dominio británico, el capitán de navío Santiago de Liniers organizó una expedición con el fin de reconquistar esa ciudad.

Estas fuerzas salieron de Montevideo, al otro lado del canal Punta Indio, el día 3 de agosto, y en su trayecto fue sumando milicias de voluntarios locales, hasta completar un total de 8.000 hombres (entre ellos un batallón de Infantería de Marina de 482 soldados al mando del capitán de fragata Juan Antonio Gutiérrez de la Concha y los tenientes de navío Juan Ángel Michelena y Joaquín Ruiz). 

En la primera acometida española, a los británicos se les obligó a retirarse del Retiro, concentrándose en la plaza de la Catedral. El 10 de agosto, desde la actual Plaza Miserere, Liniers le escribió a Beresford dándole un plazo de quince minutos para que se rindiera, a lo que el general inglés contestó en sentido negativo, comenzando automáticamente las operaciones por la recuperación de la ciudad para la monarquía española, avanzando los españoles por las actuales calles Reconquista, San Martín y Florida. La lucha fue encarnizada y los británicos fueron forzados a retroceder hacia el fuerte, donde no tardarían en rendirse dos días más tarde, el 12 de agosto. Los combates se saldaron con más de 350 muertos, y a las tropas británicas se les hizo 1.300 prisioneros y se les incautaron 26 cañones y cuatro banderas (la del regimiento nº 71 de Infantería “Highlanders”, las de sus dos batallones, y la del 1er batallón de los Royal Marines), que hoy en día siguen expuestas en el Museo histórico nacional y en el convento de Santo Domingo). 



Tras esta victoria Liniers alcanzó gran fama, siendo ascendido él a brigadier, Gutiérrez de la Concha a capitán de navío y de manera general, a todos los participantes se les promocionó un grado en el escalafón. De todas formas, como la amenaza británica continuó, el nuevo brigadier Santiago Liniers mandó reforzar todas las fortificaciones y mantuvo alistados diez batallones de Infantería, uno de Infantería de Marina, siete escuadrones de Caballería y ocho baterías de Artillería.




Tal y como se esperaba, el 28 de junio de 1807 hubo otro nuevo ataque británico a Buenos Aires. En esta ocasión fue más potente porque el ejército invasor, a las órdenes del general Whitelocke, estuvo compuesto por doce mil hombres. Para hacerles frente, Liniers dividió sus fuerzas defensoras en tres cuerpos, mandados por el coronel Balbiany, el coronel Elio y el coronel Velasco. Como reserva puso a las compañías de Infantería de Marina reforzadas con marineros, que estaban al mando del capitán de navío Gutiérrez de la Concha. Los británicos desembarcaron en la ensenada de Barragán, ocupando Quilmes al poco tiempo, al igual que el año anterior. Tan solo en el primer enfrentamiento, los británicos perdieron más de trescientos hombres. 

El asalto más complicado se produjo el día 3 de julio, por la zona de la plaza de toros, justo donde se encontraban los infantes de marina del capitán de navío Gutiérrez de la Concha. Tras resistir éstos valientemente el fuerte ímpetu enemigo durante más de tres horas, cuando se les acabaron las municiones, tres mil británicos pudieron sobrepasarlos tomando 160 prisioneros, entre ellos el propio capitán de navío. El avance del enemigo por la ciudad fue muy complicado, casa por casa, ya que Liniers había ordenado preparar todos los edificios para su defensa, con frascos de fuego y granadas de mano incluso en las azoteas. La oposición, incluso por parte de la población civil fue tal, que el día 7 de julio el general John Whitelocke se vio obligado a capitular. Había perdido ya un tercio de su Ejército, más de 4.000 hombres. Las bajas españolas no llegaron a 800, liberándose además a todos sus prisioneros. 



Por su heroico comportamiento, el gobierno español le concedió a Buenos Aires los títulos de “muy noble” y “muy leal”, a Liniers se le ascendió a general jefe de escuadra y se le nombró Virrey del Río de la Plata, y como la vez anterior, a todos se les ascendió un grado en el escalafón. 

Apenas dos años más tarde, en el año 1809, mientras en la península ibérica se libraba la Guerra de la Independencia, aprovechando que el país se encontraba muy concentrado en esa defensa contra Napoleón, y con la Armada muy desgastada después del desastre de Trafalgar, varios criollos hispanoamericanos, o sea, españoles nacidos en América pero de padres o abuelos peninsulares, animados por las ideas liberales de las revoluciones francesa y estadounidense, fueron creando un clima de fuertes sentimientos independentistas contra la metrópoli, organizando levantamientos nacionalistas en todos los Virreinatos españoles, más o menos organizados y coordinados, que desembocaron en el comienzo de las Guerras de Independencia hispanoamericanas. 

Tal era la situación de penuria de la Armada que, en ese año de 1809, en el Apostadero de Montevideo el general jefe de escuadra José María de Salazar apenas disponía de una fragata, dos corbetas y once buques menores. Una escuadra completamente insuficiente para acometer todo lo que se le venía encima. Aun así, la actitud de sus componentes fue encomiable, destacando los batallones de Infantería de Marina del 3er y 5º regimientos, que en ese momento eran los que proporcionaban las guarniciones de los buques de guerra que estaban destinados en los principales puertos de América, y que fueron desembarcados de ellos para formar unidades de combate para luchar “pie a tierra”. En concreto en el Virreinato del Río de la Plata, puestos a las órdenes, de nuevo, del brigadier Juan Antonio Gutiérrez de la Concha. 

Pero en este último Departamento, tras ser traicionado por varios de sus propios oficiales, Gutiérrez de la Concha sería fusilado por los independentistas argentinos el día 26 de mayo de 1810, en el paraje de Cabeza de Tigre (Córdoba), junto precisamente el Virrey Santiago de Liniers, aquellos dos famosos defensores de Buenos Aires ante las invasiones británicas. Sus últimas palabras, ante el pelotón de ejecución, fueron «morimos con la satisfacción de haber sido fieles hasta el último instante a la nación española y a su rey». Estos oficiales de la Armada durante 53 años estuvieron enterrados en una fosa común, en la que un fraile amigo colocó una sencilla cruz de madera con la inscripción CLAMOR, que significaba en clave: “Concha, Liniers, Allende, Moreno, Orellana y Rodríguez” (que indicaba también los nombres del coronel Santiago Allende, el tesorero Joaquín Moreno, el obispo Rodrigo de Orellana y el doctor Rodríguez, igualmente fusilados ese día con ellos). 



Gracias a esta inscripción, años más tarde pudieron ser exhumados y trasladados sus restos a la península. El general Liniers y el brigadier Gutiérrez de la Concha fueron enterrados en el Panteón de Marinos Ilustres de San Fernando (Cádiz), juntos en el mismo mausoleo.



Tras ésto, el primer enfrentamiento de importancia entre la Marina insurrecta y la realista fue el 2 de marzo de 1811, el llamado “combate de San Nicolás”, cuando los bergantines Cisne y Belén batieron, cerca del río Paraná, a los buques de la 1ª escuadrilla argentina al mando de Juan Bautista Azopardo, venciéndoles tras abordarlos con sus infantes de marina. Esta derrota ocasionó el dominio de los ríos por la flota realista y que Buenos Aires pudiera ser bloqueada por el capitán de navío Michelena. Bloqueo que, dos meses más tarde, tendría que ser levantado por las amenazas de los británicos y norteamericanos. Una constante durante todo este conflicto, y que dificultó enormemente la respuesta militar española. La situación cambiaría dos años más tarde cuando el irlandés William Brown, considerado el padre de la Armada argentina, empezaría a cosechar importantes victorias tras la creación de una nueva flotilla independentista. 



Con respecto a las Malvinas, tras la declaración de independencia de Argentina el 9 de julio de 1816, el nuevo gobierno argentino envió una fragata a tomar posesión de ellas, como dignos sucesores de España; pero diecisiete años más tarde, en 1833, el capitán John James Onslow, al mando de la fragata inglesa HMS Clio, expulsó a la guarnición argentina y retomó la posesión de las islas en nombre de Gran Bretaña.


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