150 AÑOS DE SAN PEDRO ABANTO

 Artículo publicado en el BOLETÍN DE INFANTERÍA DE MARINA de agosto de 2024






El día 27 de marzo de 1874, el segundo batallón del primer regimiento de Infantería de Marina se distinguió heroicamente en la que se conoció como la batalla de San Pedro Abanto. Una batalla que se produjo en el valle de Somorrostro, en Vizcaya, cuando las fuerzas liberales de la primera república española acudieron a levantar el asedio al que las fuerzas carlistas del general Torcuato Mendiry tenían sometida a la ciudad de Bilbao desde hacía varios meses.

Esta campaña tuvo lugar durante la tercera guerra carlista, la cual había comenzado dos años antes cuando los partidarios del autoproclamado Carlos VII se levantó en armas contra el gobierno para intentar imponer una nueva monarquía absolutista en España. En dos ocasiones anteriores lo habían intentado su abuelo Carlos María Isidro, en la primera guerra carlista (1833-1839) y su tío Carlos Luis, en la segunda (1846-1849). Esta vez se llegó a crear un verdadero Estado Carlista que tenía su base en las diputaciones forales, teniendo lugar el conflicto sobre todo en el norte de la península y Cataluña. En ésta también los Infantes de Marina participarían integrados en unidades del Ejército.

El sitio de Bilbao

Con la toma por los carlistas del paso de Olabeaga para taponar la ría, y de la localidad de Portugalete el día 21 de enero de 1874, comenzó el sitio de Bilbao, en aquellos días habitado por 28.278 personas. Su alcalde era don Felipe Uhagon Aguirre. La intención era conseguir una ciudad importante con la que poder negociar con los republicanos. El cerco se planteó tomando las alturas de Ollargan, Archanda y Santo Domingo, organizándose también dos líneas para defenderse de la más que posible progresión del ejército liberal que fuera enviado desde Santander y Castro Urdiales, una en el valle de Somorrostro y otra en los altos de Castrejana, justo en la margen izquierda del Nervión. En total los carlistas sumaban 12.000 hombres y 8 cañones.

Según se registró tanto en la Revista Europea nº 14 (1874) como en la famosa novela de Miguel de Unamuno Paz en la guerra (1897), de la defensa de Bilbao se encargó el mariscal de campo Ignacio del Castillo, al mando de 5.494 hombres, pertenecientes en su mayoría a los regimientos de Infantería Inmemorial y Zaragoza, más un batallón de cazadores de Alba de Tormes, una compañía de Ingenieros, cuatro centenares de efectivos de la Guardia Civil, la Guardia Foral y Carabineros, y un grupo de milicianos y voluntarios que tomó el nombre de “batallón de auxiliares”. Por parte de la Marina de guerra, dentro del bloqueo quedó el vapor Aspirante, con una dotación de unos 30 marineros. Todos ellos tendrían que resistir hasta que llegaran las esperadas fuerzas liberales que expulsara a los carlistas y levantase el asedio. Se distribuyeron perimetralmente en once posiciones fortificadas con apenas dos cañones cada una, algunos de 16 centímetros, otros de 12 y la mayoría de 8. Estos fuertes se llamaron, según donde estaban localizados, Morro, Miravilla, Mallona, El Diente, Choritoque, San Agustín, La Estación, De la Muerte, Solocoeche, Brigadiera y Zabalburu.

Plano del cerco de Bilbao (Revista Europea nº 14)

La fuerza carlista del general Mendiry eran apenas seis batallones del regimiento de Vizcaya, con una fuerza menor que la que estaba defendiendo la plaza, si bien ésto los liberales lo desconocían. Estos batallones eran el de Guernica del coronel Iriarte, el de Durango del Barón de Sangarren, el de Marquina del teniente coronel Sarasola, el de Bilbao del coronel Seco de Fontecha, el de Orduña del brigadier Patero y el de Munguía del teniente coronel Gorordo. Los cañones y los morteros del sitio, bien distribuidos en las alturas desde Banderas hasta Artagan, estaba al mando del general Maestre, y aunque resultaron ser en general poco eficaces, su bombardeo causó un fuerte impacto psicológico en la población. Antes de comenzar el primer bombardeo carlista, se dieron 24 horas para que se marchasen de la ciudad aquellos civiles que quisieran, abandonándola más de 10.000 personas por el camino de Achuri, en su mayoría mujeres y niños. Luego se dispararían un centenar de bombas cada día, causando el destrozo de varios edificios, sobre todo iglesias, puentes y panaderías, lo que causó que pronto el pan empezase a escasear. La carne y el vino también desapareció rápido, por lo que la gente empezó a alimentarse de los caballos que morían bajo las bombas y de los gatos callejeros (Miguel de Unamuno, 1897).

Soldados liberales en la Batería de La Muerte, en Bilbao (fotografía de Charles Monney)

Las tres batallas de la campaña de Somorrostro

El gobierno liberal envió a levantar el asedio de Bilbao al Ejército del del Norte del general Domingo Moriones, compuesto por 22.000 hombres y 24 cañones. En él estaba integrado el segundo batallón del Primer regimiento de Infantería de Marina de San Fernando. En esos momentos, este regimiento de Infantería de Marina estaba a las órdenes del coronel Adolfo Colombo Viale, y estaba compuesto por dos batallones de seis compañías cada uno. El primer batallón lo mandaba el teniente coronel Segundo Díaz de Herrera y el segundo batallón, el teniente coronel Joaquín Albacete y Fuster.

Organización del Primer regimiento de Infantería de Marina (composición del autor)

La primera batalla de esta campaña se produjo el 24 de febrero, cuando tras dividirse el ejército liberal en dos Cuerpos de Ejército, se atacó frontalmente el punto más importante del despliegue enemigo: el Monte Montaño. Ante ellos, el ingeniero carlista José Garín preparó una potente defensiva compuesta por cientos de zanjas y trincheras. Pero este asalto resultó ser un tremendo fracaso, por lo que los liberales tuvieron que retroceder a sus posiciones iniciales, al otro lado del río Barbadún. Se calcula que tuvieron más de 2.000 bajas, mientras que las de los carlistas apenas fueron 600.

Trinchera carlista (óleo de José Cusachs)

Este desastre motivó que el general Moriones escribiera un telegrama a Madrid dimitiendo de su cargo. Del mando se hizo cargo nada menos que el Presidente del Gobierno, el general Francisco Serrano y Domínguez. El ejército lo reforzó hasta alcanzar el número de 35.000 hombres y 60 cañones, y apenas diez días más tarde de llegar, empezó a organizar un desembarco de 9.500 soldados en las playas de Algorta, en la ría de Bilbao. Su idea era reproducir exactamente lo que había hecho el general Espartero en la Primera Guerra Carlista. Pero un fuerte temporal se lo impidió, abortándose esa operación anfibia.

El día 25 de marzo comenzó la segunda batalla de esta campaña, la que se ha conocido como “la batalla de los tres días”, donde el ejército liberal, ahora dividido en tres Cuerpos de Ejército apoyados por ocho navíos desde la mar, atacó de nuevo por el valle de Somorrostro, pero ahora centrándose en tomar primero las posiciones enemigas de Las Cortes. Al sur del despliegue. El primer Cuerpo de Ejército lo mandaba el general López de Letona, el segundo el general Fernando Primo de Rivera y el tercero el general José María Loma. El batallón de Infantería de Marina quedó integrado en la primera brigada del segundo Cuerpo de Ejército. En el bando carlista, por orden del general Ollo, en el valle de Somorrostro quedó desplegada la primera división de Cástor de Andéchaga, compuesta por seis brigadas.

Situación de la batalla del día 25 (grabado de la Librería hispano-americana)

Pero este asalto también salió mal, no consiguiéndose tomar el objetivo, si bien las bajas fueron algo menores: 483 por parte de los liberales y tan sólo unos 100 carlistas. Curiosamente, uno de los batallones carlistas que defendían Las Cortes lo mandaba el teniente coronel León Sáez Manero, antiguo sargento de Infantería de Marina. Pero en esta ocasión, Serrano decidió no retroceder al otro lado del río, concentrando sus tropas prácticamente en el medio del valle, en una pequeña altura que se llama Las Carreras, a aproximadamente tres kilómetros de San Pedro Abanto. La artillería también la adelantó, subiéndola a un sitio conocido como El Campón. Así aumentaba mucho más el alcance y eficacia de sus piezas.

Al día siguiente, día 26, Serrano ordenó al Cuerpo de Ejército de Primo de Rivera, que como se ha dicho es donde estaban integrados los Infantes de Marina, que conquistaran el estratégico pueblecito de Pucheta. Justo en el centro de la defensiva carlista. Esa misma noche del día 26 de marzo, mientras el general Serrano estudiaba en su tienda con sus oficiales cuál iba a ser la operación del día siguiente, es cuando se cuenta que el teniente coronel Albacete y Fuster le dijo: «Excelencia, me permito presentarle mi decidido compromiso para entrar mañana con mi batallón en San Pedro Abanto». Ofreciéndose voluntario para ir a la vanguardia de todo el Ejército.

Al día siguiente, el legendario 27 de marzo de 1874, todo el Ejército formó en una cuña gigantesca para romper de una vez las defensas enemigas. Al frente de todos iba el segundo batallón de Infantería de Marina de Joaquín Albacete Fuster, quien ordenó a sus oficiales: «¡Señores capitanes, a la cabeza de sus compañías!», comenzando a ascender la carretera en ángulo hacia la decena de casas del barrio de Murrieta, a menos de un kilómetro de San Pedro de Abanto. Posiciones en las que en varias líneas de trincheras estaba fortificada la quinta brigada carlista del brigadier Rafael Álvarez Cacho de Herrera, constituida por dos batallones de Álava. Un millar de soldados carlistas que recibieron a los liberales con vivo fuego de fusilería. Pero a pesar de la dura resistencia, se consiguió conquistar ese caserío y la loma donde se encontraba la iglesia de San Pedro Abanto, en una brillante carga a la bayoneta desde el arroyo de la Bárcena.

Ataque de las tropas liberales (La Ilustración española y americana)

Según escribió el general Zabala en la crónica del Estado Mayor de aquel día: «Los batallones de Estella, Las Navas, Barbastro, Ramales y otros se cubrieron de gloria, pero el de Infantería de Marina hizo verdaderos prodigios de heroísmo».

Ruinas de la iglesia de San Pedro Abanto (revista El estandarte real)

También Antonio de Brea, en su obra Campaña del Norte (1897) se refería así a la acción de este día: «A vanguardia de las columnas que atacaron San Pedro Abanto marchó un batallón de Infantería de Marina, en cuyo elogio no hay que decir más sino que fue completamente destrozado, por preferir sus bizarros jefes, oficiales y soldados quedar tendidos en el campo antes que volver la espalda a los carlistas; a cuyo frente se encontraba, precisamente en la misma citada posición, un antiguo oficial de la Armada, el temerario brigadier carlista Rafael Álvarez Cacho de Herrera, quien subido sobre los parapetos de los esforzados alaveses de su digno mando, desafiaba constantemente y a pecho descubierto la lluvia de plomo e hierro con que le saludaba el enemigo». Este oficial carlista había ingresado en la Armada en el año 1849. Cuando la reina Isabel II fue destronada, él ya era teniente de navío, pero sus fuertes convicciones monárquicas le obligaron a exiliarse voluntariamente a Francia. Allí conocería al pretendiente carlista Carlos VII, poniéndose a sus órdenes. La casualidad hizo que en San Pedro Abanto se enfrentase a antiguos compañeros.

El brigadier Álvarez. Defensor de San Pedro Abanto

Como sabemos, en esta sangrienta batalla del 27 de marzo, cayó un tercio del batallón de Infantería de Marina, muriendo incluso al frente de sus soldados los capitanes de la primera y de la segunda compañía, Ramón Pardo y Pardo y Mariano Barra y Mur. Se calculó que cayeron unos 1.500 liberales y más de 2.200 carlistas. 

Una de las mejores crónicas la escribió Mateos Reyes Ojinaga en su obra “El manuscrito de San Julián” (1874), que fue un vecino de Murrieta testigo de la batalla: «La artillería había destrozado todas las casas de Murrieta menos la nuestra, y el batallón de los voluntarios de Álava recibió la orden de retirarse ordenadamente a la iglesia de San Pedro y a su recinto fortificado. El comandante carlista nos pidió que nos encerráramos en la bodega y esperáramos la avalancha enemiga. Efectivamente, a media tarde oímos un tropel de pasos, tiros, gritos y explosiones de granadas. Al cabo de un rato se hizo el silencio y se oyeron voces de mando y conversaciones entrecruzadas. El jefe era don Joaquín Albacete: «Soy el jefe de la vanguardia del Cuerpo que manda el mariscal de campo Primo de Rivera - nos dijo -. Me albergaré aquí con los mandos de mi batallón […] si su señora nos puede dar comida caliente se lo agradeceremos. Somos el batallón de la Infantería de Marina». Mientras ellos tomaban un caldo de gallina y un cocido, hablé con algunos sargentos. Saqué en conclusión que aquello era un batallón de soldados bien entrenados que siempre luchaba en vanguardia. Tenían reputación de ser los mejores del ejército español, desde los tiempos del emperador Carlos V. La consigna que recibieron, después de ocupar las casas de Murrieta, era defenderlas hasta la muerte y tomar por asalto la iglesia de San Pedro Abanto, aunque costara la vida de un gran número de ellos. […] Un sargento que se llamaba Abdón Iglesias me dijo que los soldados eran en su inmensa mayoría de reemplazo y que lo que les gustaba era el vino, el cante y el baile, «Verá usted cómo se arrancan por soleares dentro de un rato». Y así ocurrió, en efecto. Era un espectáculo inverosímil el contemplar aquel vértigo flamenco entre ruinas, muertos, disparos intermitentes y aullidos de perros […]Nuestro caserío, de ser un reducto carlista se había convertido en un aislado eslabón de la cuña liberal, conseguida a un altísimo precio. El enemigo estaba allí, a trescientos metros de distancia, en la iglesia de San Pedro, fortificada por todas partes por la guarnición alavesa. A la mañana siguiente tuvo lugar la jornada decisiva. […] A las seis de la mañana empezó el bombardeo de las trincheras carlistas, que resistían impávidas los morterazos y los obuses. […] Joaquín Albacete recibió la orden de avanzar desde nuestro caserío. Parecía sencillo atravesar nuestras huertas, en lo que solíamos tardar tres minutos recorriendo el sendero los domingos cuando íbamos a misa. El despliegue del ataque lo vimos desde la bodega donde estábamos refugiados otra vez, un respiradero a ras de suelo nos permitió contemplar el horrendo y grandioso drama del fratricidio. Una y otra vez los del batallón de Infantería de Marina atacaban la iglesia de San Pedro y al llegar al recinto, una lluvia de balas los diezmaba literalmente. Cuando lograban poner pie en la trinchera, salían los defensores con Álvarez de Cacho al frente a bayonetazos […], mi mujer rezaba en silencio: «¡Dios mío, que acabe esta locura!». Volvió la mitad del batallón, muchos de ellos contusos y heridos. Los demás yacían muertos en las posturas más diversas, sembrando nuestras huertas y praderas de cuerpos desangrados y ennegrecidos […]Fue un espectáculo horrible y conmovedor. «¿Cuántas bajas, comandante? - Le pregunté al teniente coronel Albacete- Cuarenta muertos y treinta y siete heridos graves. Una compañía entera liquidada. Del batallón no va a quedar nada».

La ladera de la iglesia desde el arroyo de la Bárcena (imagen del autor)

Al día siguiente, los Infantes de Marina supervivientes desfilaron ante su división, que les rindió homenaje presentándoles armas en señal de respeto y admiración.

El desgaste del Ejército fue tal, que Serrano prefirió detener a sus unidades para poder recomponerlas, concentrándolas otra vez en el centro del nuevo frente y negociándose una tregua el Domingo de Ramos, a instancias del párroco local, para enterrar a los más de 8.000 muertos de ambos bandos que cayeron en todos aquellos días de marzo. Una tregua donde según quedó relatado, «los que el día anterior se mataban entre sí, ahora se reunieron unos con otros para fumar y hablar entre ellos tranquilamente» (Miguel de Unamuno, 1897).

La tregua de Somorrostro (La Ilustración española y americana)

Finalmente, la campaña no pudo continuar por ese sector porque en abril se desencadenaron unas grandes tormentas de lluvia y viento que convirtieron la zona en un tremendo lodazal y que arrasaron incluso algunos campamentos.

Lo que decidió el general Serrano, con un cuarto Cuerpo de Ejército que llegó a Castro Urdiales, y tras aumentar su ejército a 42.000 hombres y 92 cañones, fue romper el frente el 28 de abril por el paso de Las Muñecas, internándose por el flanco sur del despliegue carlista, que dejaba el camino libre ya hasta Bilbao. Ésta fue la tercera batalla de la campaña de Somorrostro, donde se distinguiría también heroicamente el primer batallón del teniente coronel Manrique de Lara del tercer regimiento de Infantería de Marina de Cartagena. El camino hacia Bilbao quedaba por fin despejado.

La última bomba carlista del asedio se lanzó el día 1 de mayo, al grito de «ahí os va la última. Adiós». Se calculó que en los cuatro meses de bombardeos cayeron más de 6.700 proyectiles sobre la ciudad, si bien el 27% no explotó, causándose un total de 93 muertos y 308 heridos, la gran mayoría civiles (Revista Europea, 1874).

Al día siguiente, el día 2 de mayo, entraron por fin las fuerzas del general Concha en Bilbao, para entusiasmo de sus habitantes: «el ejército liberador, descalabrado y hecho una lástima, entró por el puente viejo, único que quedaba en pie» (Miguel de Unamuno, 1897).

Alegoría de la liberación de Bilbao (La Ilustración española y americana)

La Laureada de San Fernando

Como recompensa colectiva al valor heroico de todos los componentes del segundo batallón del primer regimiento de Infantería de Marina, esta unidad fue condecorada con la Cruz Laureada colectiva de la Real Orden de San Fernando, tras el juicio contradictorio del 11 de enero de 1875 y la publicación de la Real Disposición del Ministerio de la Regencia del 2 de febrero de 1875. Su teniente coronel, Joaquín Albacete y Fuster, sería recompensado con la Gran Cruz al Mérito Militar con distintivo rojo. Casualmente, la misma condecoración con la que fue condecorado por el gobierno carlista el defensor de la iglesia, el brigadier carlista Rafael Álvarez, después de haberse trasladado con los supervivientes de su brigada hasta el sitio de Bilbao, donde sería herido. La corbata de esta Laureada sería impuesta a la bandera del batallón el día 14 de abril de 1875, en un acto solemne celebrado en la iglesia de Santa María de Castro Urdiales.

Corbata de la Laureada por San Pedro Abanto (TERSUR)

Desde entonces su heredero, el Tercio del Sur, tiene el privilegio de portar la mencionada corbata en su Bandera Nacional, así como de incorporar la Cruz Laureada en su escudo, como corresponde heráldicamente.

Escudo oficial actual del Tercio del Sur

El valle de Somorrostro hoy

En la actualidad la zona ha cambiado bastante. Sobre todo, porque gran cantidad del valle desde el año 1972 está ocupado por una enorme refinería de Petronor. Los pueblos de San Julián de Musques y San Juan de Musques, ahora es un sólo municipio llamado Muskiz. El río Barbadún, el monte Montaño y las alturas de Las Cortes siguen existiendo lógicamente, y la antigua vía del ferrocarril minero por el que avanzaron algunas tropas hacia Murrieta ahora es una vía verde. También se construyó la autopista A-8 por la falda del Montaño y hay una carretera comarcal, la BI-734, que se asfaltó sobre uno de los caminos principales que se usaron en la campaña. Y las casas de Murrieta y San Pedro siguen existiendo como pequeños barrios de la localidad de Abanto y Ciérvana.

Imagen actual del valle de Somorrostro (Google maps)

En esa comarca cada año, el Centro Trueba-Encartaciones y la asociación Batalla de Somorrostro, apoyados por el Ayuntamiento de Muskiz, organizan una serie de conmemoraciones en los lugares históricos donde se desarrollaron los hechos más relevantes de esta campaña, concentrando a más de un centenar de vecinos y visitantes. Unas iniciativas que permiten recordar aquella campaña y el fuerte impacto que provocó en toda aquella comarca de las Encartaciones, garantizando que esta parte de nuestra historia no caiga en el olvido.

Representación de la batalla en el puente de Muskiz, año 2024 (imagen del autor)

Pero el lugar más impresionante de allí es sin duda la iglesia de San Pedro Abanto, que se encuentra en ruinas en lo alto de una loma cubierta de árboles. Según la obra de Lope García Salazar Bienandanzas e Fortunas (1475), su historia se remonta al siglo XIII cuando la erigió Fernando de Abanto, descendiente del Señor de Vizcaya. En aquel entonces el valle de Somorrostro estaba integrado por siete concejos que llegaban desde el actual Muskiz hasta Santurce y Sestao.

Puerta principal de la Iglesia de San Pedro Abanto (imagen del autor)

Tras la batalla de 1874, este edificio quedó bastante destruido por la artillería liberal, no siendo reconstruida hasta 1881, cuando se acometieron importantes obras en su interior, reformándose sus cinco altares, coro, catafalco y sacristía, y colocándose una imagen del apóstol San Pedro de 1,60 m de alto, hecha en pino holandés. Posteriormente, como les ocurrió a muchos templos religiosos durante la Segunda República, sería incendiada el 1 de noviembre de 1932. Un mítico lugar para la Armada y la Infantería de Marina que desde entonces continúa tal cual, en total abandono, deteriorándose poco a poco cada año. Sin ningún tipo de intervención institucional.

El autor de este artículo en la iglesia de San Pedro Abanto (imagen del autor)

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